Miedo, angustia y futuro
Los seres humanos estamos cargados de una serie de afectos que nos van atravesando a lo largo de la vida, las capturamos en la relación con el otro, en las interacciones diarias que empiezan en el momento mismo del nacimiento. En la medida en que construimos vinculaciones con los otros y con la realidad, se edifican asuntos en el orden de lo imaginario que nos devuelven afectos.
Dentro de este inventario de afectos aparecen dos que, cuando se muestran, conmocionan nuestra vida psíquica, se trata del miedo y la angustia; estos son afectos-señales que tocan el cuerpo y nos ponen la evidencia de que hay algo que puede generar algún daño a nuestra integridad. Por momentos se tiende a pensar que ambos sentimientos son análogos; sin embargo, desde lo psíquico, cada uno tiene sus diferencias y sus funciones.
Se podría hablar, en un primer término, del miedo, que aparece como una reacción de respuesta frente a una situación que es catalogada como un peligro real e inminente que pone en riesgo nuestra integridad. Como ejemplo podría pensarse en la sensación que aparece cuando se camina de noche por una calle oscura, haciendo surgir el temor de que algo nos podría pasar.
Por otro lado se tiene a la angustia, un afecto que, desde el psicoanálisis, se piensa como el afecto que no engaña; es decir, cuando la angustia aparece se marca un encuentro con una situación que conmueve todo el sistema psíquico y se convierte en evidencia de que algo no está bien; se trata de un encuentro con una situación de la que no tenemos referencias. Freud enuncia que el primer momento de angustia de un sujeto aparece ante la percepción de la pérdida de amor, pero esto se amplifica a otras situaciones como el encuentro con la incertidumbre o la muerte.
En este punto se hace pertinente incluir el tercer término que está incluído en el título, se trata del futuro o de la percepción del mismo; este tiempo venidero es introyectado en el sujeto desde la perspectiva de los ideales, de lo que se espera que venga en otro tiempo, por lo que tiene una gran carga imaginaria donde la fantasía juega un papel fundamental en esta relación con este tiempo.
Dentro de las maneras en que los sujetos se relacionan con el mundo aparece cierta necesidad de construir certezas o seguridades, las cuales le intentan blindar de la aparición del miedo o de la angustia, situación que se impregna en la visión del futuro, por lo que se intenta tener una idea certera del futuro que se nos depara; en esa medida, se ha construido el concepto de destino, como un pensamiento de que existe un libro escrito que marca el sendero de lo que depara la vida de cada uno; sin embargo, aparecen situaciones que ponen a tambalear esas ideas de futuro, se trata de los eventos contingentes que tiene la vida, esas pequeñas o grandes situaciones inesperadas que afectan las certezas, es el encuentro con la incertidumbre.
Toparse con el miedo o con la angustia representa, valga la redundancia, un terrible miedo para los sujetos, por la sensación de desprotección y desorientación que desembocan en un terrible malestar que termina paralizando al sujeto; sin embargo, es pertinente poder dar un lugar en el cual se pueda alojar el miedo como afecto protector. Hacer conciencia del miedo y de su objeto permite tomar una posición respecto al mismo, por lo que se toman precauciones, pero se sigue adelante. Algo análogo sucede con la angustia, cuando se le da un lugar en la existencia y se la tramita por la palabra, se pasa de una angustia que paraliza a una angustia que moviliza, que pone la vida en función del trabajo en la vida misma. Nadie que ha atravesado la angustia vuelve a ser el mismo que era antes de que apareciera.
Respecto al futuro, se hace necesario descargarlo de la carga de certeza que se le intenta poner, es decir, dar la posibilidad de alojar la incertidumbre como parte fundamental de la vida.